marzo 27, 2017

EL DEMONIO DEL SEQUILLO


La historia que voy a contar, acaeció en lo mas profundo de una noble tierra, Castilla y León, Castilla Antigua o también llamada en esa época Castilla la Vieja.
En un hermoso y emergente pueblo, de los muchos que conforman esta comunidad, sufrió durante un breve periodo de tiempo, un desafortunado episodio; fue asolado por una maldición, por un mal sin nombre, o por lo menos no conocido en esos tiempos.
Villabrágima (Villamáxima), pueblo noble y trabajador donde los haya, cayó durante un mes en desgracia: maldición para unos y miedo para el resto.
Corría el año del señor 1415… era finales de junio, pleno verano, mes de siega para un pueblo agrícola. El trasiego y el afán de la gente era en estos meses máximo en la villa, pues el cereal era principal soporte de su economía. Residentes, jornaleros, temporeros, hombres y mujeres, carros y bestias, todos trabajando para recoger el preciado cereal.
El tiempo para el ocio se terminó, si es que lo hubo alguna vez. Lo que primaba era guardar la cosecha para sobrevivir al duro invierno. Hete aquí que la mayoría de gente apta trabajaba y digo apta porque había personas no aptas para tal cometido: por motivos de edad, demasiado jóvenes o demasiado ancianos, por dolencias o porque emocionalmente no estaban muy cabales.
Una de esas personas, de las llamadas no cabales y que por lo tanto estaba exenta de trabajar y así era mejor, puesto que siempre se estaba inventando historias para no trabajar y preparando averías, era “Martín”. Nadie quería en su cuadrilla al susodicho. Hombre de mediana edad, flacucho y alto, buena gente, vago para trabajar pero hábil como trampero y cazador furtivo.
Pues el buen Martín, se encontraba un día pescando cangrejos en el río, que luego vendía a estraperlo en la villa y así se sacaba su dinero para ir tirando. El río en cuestión era el río Sequillo, que pasa por la villa con poco caudal en esas épocas del año y de no mucho más en invierno. La abundancia de todo tipo de fauna era rica a la vera del río, y Martín se nutria de toda ella para poder sobrevivir.
Hoy tocaba cangrejear, y eso Martín lo hacía como nadie. Preparó el cebo y acompañado de su fiel perro Ulises, se echó a la sombra de unos árboles. Un escalofrío le arrebató el sueño y se incorporó, vio que Ulises se había alejado de él, estaba por encima de la parva, con el rabo entre las patas y mirando hacia el río. Él se dio cuenta de inmediato que algo no andaba bien, Ulises un perro de gran envergadura y valiente como pocos, estaba acobardado y muerto de miedo. ¿Qué le podía haber asustado así?
Martín clavó su mirada en el agua y vio bajo esta dos ojos de color ámbar mirándole fijamente a una distancia de tres metros. No podía reaccionar, su cuerpo no le obedecía, estaba paralizado por el miedo. Esos ojos parecían haberle hechizado, le mantenían bajo un efecto demoníaco, ¡qué fuerza tan poderosa!
De repente Ulises ladró, y con ello rompió el hechizo al que Martín había sido sometido. Reaccionó y salió corriendo del lugar, no sin antes volver la vista para vislumbrar unos enormes dientes que emergían del agua y arrancaban los reteles, no le dio tiempo a más, hombre y can corrieron gritando hacia la villa.
Era domingo, el único día en el que la gente de la villa paraba brevemente para acudir a misa. Martín no lo dudó, sabía que la mayoría del pueblo estaría en misa y ni corto ni perezoso irrumpió en la Iglesia de San Ginés.
- ¡Socorro, socorro, auxilio! ¡Tenéis que ayudarme!, he visto… he visto….
La iglesia entera permanecía en silencio, el propio Martín hizo un largo silencio, ¿Qué es lo que había visto realmente? ¿Qué es lo que le había atacado?.
- Habla Martín, que te ha pasado…
- ¿No será otra mentira de esas tuyas Martín?
El cura que al ver interrumpida la celebración se había enojado muchísimo dijo: - ¡Ya puede ser importante o de lo contrario te la verás conmigo!
Martín duda… qué contestar, cómo decir lo que ha sucedido.
- Di Martín..
- En el río… algo me ha atacado, en el río.. algo… no se.. dos ojos grandes de color ámbar y… y… una fila de enormes dientes… no se… no se… algo… algo.
- Pero ¿qué dices Martín? Otra vez con tus fantasías..
- Borracho estás, como siempre.
- ¡Que vergüenza!
- No, yo lo he visto… era… era… era el diablo bajo el agua.
La gente guardó silencio. Todos sabían de la naturaleza mentirosa de Martín, siempre para sacar provecho, pero esto no parecía una mentira mas, el estado del bueno de Martín, denotaba que algo le había sucedido en el río y era algo serio.
- Está bien -dijo Manuel, el regidor de la villa-, yo te creo y voy a ir contigo hasta el río.
Un nutrido grupo de personas, encabezadas por el regidor, el cura y con Martín a la cabeza, acudieron al río Sequillo para aclarar los hechos.
- ¡Aquí , aquí es donde estaba!, ¡es aquí!
Acercándose al lugar algo les llamó profundamente la atención, el árbol donde estaban atados los enseres de pesca, estaba partido, y eso que era un chopo de mas de quince años.
- ¡Mirar! -dijo el regidor.
El suelo estaba lleno de unas extrañas huellas enormes, más grandes que la palma de una mano y con cuatro dedos. Entre ellas había una línea que incidía en el suelo y dejaba marcada en él una línea recta.
- ¡Por Dios!, ¡qué esto! -dijo el cura.
- No lo sé -dijo el regidor- pero lo que sea es de unas dimensiones exageradas.
- Yo os lo dije -dijo Martín- es un demonio, es.. es…
Un chillido río arriba sobresaltó a la gente.
- ¡Socorro! ¡socorro! ¡auxilio!.
Como a unos seiscientos metros del lugar de las huellas, alguien pedía ayuda desesperadamente. Sin dudarlo, todos corrieron río arriba en dirección de los gritos.
El regidor y Martín llegaron los primeros, al instante el resto. La imagen era dantesca.
Un niño estaba subido en lo alto de un roble, y no dejaba de gritar:
- ¡auxilio! ¡auxilio! ¡el demonio!...
Bajo él, estaban las mismas huellas que se habían divisado río abajo, y en la base del árbol marcas de dientes, o zarpas, o Dios sabe de que… habían desgarrado el tronco.
- Alejo, hijo -dijo el regidor-, dime ¿que te ha pasado? ¿qué te ha sucedido?, baja y cuéntanos .
- No… no .. no voy a bajar, todavía está ahí.
- ¿Quién está ahí? ¿Dónde? ¿Dónde está?
Alejo, señala al agua. Todos miran al cauce del río.
- Se ha llevado a mi burrito Platero, le ha arrastrado dentro del agua.
- ¿Platero? -exclama el regidor.
De repente del agua aflora la cabeza del burrito, arrancada del cuerpo. La multitud se queda helada. Platero un burro de buen tamaño, había sido arrastrado al agua por algo y además había tenido la suficiente fuerza como para arrancarle de cuajo la cabeza.
- Lo que sea está ahí delante de nosotros -manifiesta el regidor en voz baja- manteniendo sumergido el resto del cuerpo de Platero. ¡Baja aprisa Alejo!, sin hacer ruido, ¡hay que salir rápido de aquí!
El niño obedece a su tío, y baja sin hacer un ruido.
- Ahora todos muy despacio y sin hacer ruido ir saliendo de la parva del río,- señala el regidor-. No podemos quedarnos ni un instante mas aquí.
Todos retroceden sin perder la cara al agua. El último, el regidor, mantiene la mirada fija en lo más profundo del lecho, parecía que sabía al peligro que se enfrentaba.
De camino al pueblo el regidor habla con el pregonero:
- “Javi, ve por las calles, que nadie se acerque al río” “corre, dilo y que todo el que tenga un arma, la coja y venga a la plaza del arco, en dos horas todos en el arco armados”.
- Es necesario mirar los archivos de la biblioteca del Palacio -dice el regidor al cura.
- Es un demonio, sin duda es un demonio -señala éste.
- No lo creo, no se lo que es pero vamos a averiguarlo.
Una vez en el palacio, comienza a buscar antiguos relatos de seres marinos mitológicos. No busca demonio, busca animales de grandes dimensiones.
Alejo ha descrito al demonio como un ser verde, que andaba a cuatro patas y tenía una gran cola que arrastraba por el suelo, una fila interminable de dientes arriba y abajo en la mandíbula y en las patas, garras como dagas.
Su búsqueda dio resultado, su nombre CROCODYLUS, ese era el nombre del demonio que ahora deambulaba en el río Sequillo. Crocodylus, nunca se había escuchado por esos lares y a partir de ese momento los perseguiría de por vida, combatiéndolo hasta la muerte. Dicha hazaña se convertiría en leyenda.
- Crocodylus… bien, demonio de otra tierra, vamos a ver que valiente eres bajo la hoja de mi espada… - mientras producía estas palabras, el regidor, contempla su armadura de batalla, legado de su abuelo y de su padre, ambos caballeros de armas del rey de Castilla-. Largos años que no te he requerido, olvidados ya las batallas y los torneos, olvidado ya tu tacto y tu olor, hoy me vuelves a hacer falta, hoy te requiero y te necesito mas que nunca, puesto que el enemigo al que vamos a enfrentarnos, parece no pertenecer a este mundo”.
El regidor, enredado en sus pensamientos, se apresura a preparar todo:
- Luís, llama a mis hombres de armas que se preparen para la batalla. Prepara mi caballo, pero no le pongas armadura, hazle ir ligero, solo protección en las patas, y al finalizar vuelve para ayudar a vestirme.
Dos horas, la plaza del Arco está llena de aldeanos armados con hoces y guadañas, marras y mazos, palas y palos. Esos utensilios no eran armas de combate, no servían para la empresa en la que están a punto de embarcarse.
El Regidor montando a su caballo negro llega al arco, acompañado por seis hombres fieles, hombres de armas. Todos bien armados y pertrechados para el combate.
Los aldeanos, al verlos ataviados con esas armaduras tan relucientes y portando el estandarte del Rey de Castilla, se quedan paralizados, habían olvidado ya que el Regidor era un caballero del Rey con distinciones en batallas.
- Bien amigos, ahora vamos a marchar en orden todos juntos al río, al punto exacto donde desapareció el burro de mi sobrino, ¡en marcha!
Dos grupos divididos a ambos cauces del río, comienzan a peinar la zona, silencio y cautela, se puede sentir el miedo entre estas gentes sencillas.
- Tiburcio, no te acerques tanto al agua -le dice un soldado del regidor-, es muy peligroso, mantente alerta”.
No terminó la frase cuando el demonio emergió a la superficie y agarró a Tiburcio por la cintura.
- ¡Socorro, socorro!!!
El demonio comenzó a girar sobre si mismo, arrastrando a Tiburcio y partiéndolo en dos.
- ¡Rápido!, ¡ayudarle!, ¡a prisa!
Cualquier prisa era en vano, en menos de veinte segundos Tiburcio estaba muerto, y el demonio había desaparecido .
Nadie podía reaccionar, habían visto a la criatura, al Demonio, era un ser verde, lleno de dientes y garras, veloz como el rayo, letal como el veneno de la serpiente y más grande que un buey. Los aldeanos no lo dudaron, salieron corriendo de vuelta a la villa gritando: ¡el demonio, el demonio!, ¡es una maldición!
-¡Volver aquí, volver, tenemos que matar a la bestia!!! -dicen los hombres de armas.
Demasiado tarde, no se puede culpar a esa gente por tener miedo, ¿quién no tendría miedo en esa situación?.
- Bien, creo que debemos irnos también, no somos suficientes para matar a esta bestia -dice el regidor-, vamos a estudiar la manera de…
El caballo se sobresalta, se pone en alerta. El caballo está curtido en batallas, no le teme a nada y sin embargo se pone en alerta. Del agua sale con fiereza el cocodrilo hacia el caballo del Regidor; y éste, pica en mano, avanza hacia él cual enemigo ha derrotar fuere.
Lanza la pica y esta rebota en la piel de la bestia. Ahora el cocodrilo abre las fauces contra el caballo, lo ase de una pata y tira de él hacia el río. El caballo se resiste y aguanta como puede. Rápidamente desmonta y espada en mano va hacia la cara del demonio.
La hoja no puede cortar esa piel tan dura, El cocodrilo sigue arrastrando a su fiel corcel hacia el agua, ya comienza a mojarse las votas. ¡¡No!!! Grita, y agarrando su espada con fuerza, logra herir a la bestia en su hocico. Ésta al sentir el acero, suelta a su presa y va directa al Regidor.
Rápidamente llueven lanzas a ambos flancos de la bestia. Una logra atravesarle la pata donde su piel es mas blanda. ¡Ahhhhhh!, ruge de dolor. Un sonido que hace que se hielen los huesos. La bestia herida da media vuelta y se pierde en las profundidades del río.
Aprisa va a recoger a su corcel. Sangra en abundancia por la pata pero no es grave, gracias a dios le había cubierto las extremidades con cota de malla primero y armadura después.
- ¡Recoger las armas y salgamos de aquí! -dice el regidor.
- ¿Qué era eso, mi señor?, ¿era un demonio?.
- No, no lo era, aunque bien podría serlo.
- Ni con seis hombres experimentados y bien armados hemos sido rivales para él.. ¿Qué haremos? ¿qué podemos hacer?.
- Lo primero es que toquen las campanas de Santa María “a rebato”, que se enteren todos nuestros convecinos que un peligro nos acecha, y que se pregone por las calles de la villa que nadie se acerque al río. Después debemos pedir refuerzos a su majestad, harán falta varios lanceros para dar muerte a esta bestia, -manifiesta Manuel el Regidor.
Los días venideros Villabrágima y los pueblos colindantes, eran un hervidero de historias. “El demonio ha venido”, “el diablo está aquí”, “estamos malditos” .
A los oídos del obispo de Valladolid llega esta historia, y no dudándolo ni un minuto manda orden al Almirante Enríquez, Señor de Medina de Rioseco, para encomendarle la labor divina de matar a ese demonio, ya que el Regidor de la villa de Villabrágima, era incapaz de conseguirlo.
Eso era cierto, puesto que los quince días siguientes al ataque el Regidor y sus hombres fueron incapaces de dar con la bestia.
Un mensajero del Almirante Enrique le lleva una misiva al Regidor:
“Por orden de venerado Obispo, tengo la obligación y el deber divino de matar al demonio. Peinaré el Sequillo, desde Medina de Rioseco a Tordehumos, durante los días que fueran menester hasta conseguir tal empresa. Ruego no se opongan a mi entrada a sus tierras”.
- Bien, bien, dile a tu señor, que tiene permiso para cruzar mis tierras, aunque bien es cierto que no es bien recibido en ellas. Su presencia no es grata por estas Tierras -manifiesta el Regidor. ¡Que Dios os acompañe y os asista!
Los pensamientos del regidor no eran los mejores para con Don Enríquez:
- Maldito Almirante, siempre cumpliendo los designios del Obispo, y cuando le requiere el Rey, siempre poniendo disculpas. Pues veremos que tal valiente es el Almirante cuando se encuentre con la bestia.
Durante los días que la patrulla de caballeros peina el río, el Regidor sigue indagando en la forma de poder matar a la criatura, puesto que el Almirante Enríquez no lo conseguiría.
Transcurridos quince días noticia llegó al palacio:
- “El Almirante Enríquez se topó con la bestia, mantuvieron combate durante una hora, hora en la que murieron cinco caballeros, siete caballos y el propio Enrique perdió varios dedos de una mano. La bestia logró huir sin heridas aparentes, llevándose entre sus fauces el sello que Enrique había recibido del obispo”.
Un mal augurio, una maldición, ahora todo cobraba mas fuerza. La historia del demonio que arrancó el sello del obispo de las manos del Almirante para desafiar a la Santa Iglesia.
Los soldados se retiraron a Medina de Rioseco, en estos tiempos la superstición era mas fuerte, mas aún que el miedo.
Nadie se acercó al río, ni en este pueblo ni en los aledaños, era un territorio maldito. El Regidor seguía urdiendo la manera de matar a esa mala bestia, nunca se daba por vencido, nunca lo había hecho. Soñaba con la bestia, soñaba con ese punto débil, soñaba con.. con…
De repente le vino a la cabeza la solución, para dar muerte de una vez por todas a la bestia. Requeriría de un gran valor y una gran destreza.
Esa mañana se puso la armadura, montó a lomos de su fiel corcel, Arcángel y se despidió de sus hombres de armas. Estos agradecieron no ir con él a la batalla, pues estaban aterrados por el diablo.
Pasó por la iglesia y mandó tocar las campanas “a muerto”.
- ¡Tocad a muerto! Hoy moriré yo, o morirá la bestia.
Partió solo, despedido por el silencio de un pueblo que había perdido la fe y la esperanza. Sólo va en busca del diablo, sólo, él y su caballo. No sabe que su hazaña pasaría a los anales de la historia por la bravura y el valor que están a punto de desatarse.
El plan trazado era claro, lo ha estado preparando minuciosamente. Lo primero dar con la bestia. Comenzaría donde Enríquez había sido atacado.
- ¡Tranquilo Arcángel!, veo que puedes sentir la presencia del monstruo, eso es que anda cera”.
Arcángel iba muy protegido por las extremidades, era prácticamente imposible que la bestia pudiera herirle.
Un claro en el río, huellas frescas, Arcángel resopla, se detiene frente al agua. Una burbuja emerge hacia la superficie.
- Está aquí, delante de nosotros, Dios me de valor y destreza.
Prepara un utensilio y se lo ase al pecho. Se coloca dos ballestas cargadas al cinturón. Clava la lanza en el suelo y desmonta.
- ¡No te separes de mí! -le dice a Arcángel.
Este está entrenado en combate, puede morder y cocear si se lo ordenan. Se coloca bien unos hierros de grandes dimensiones que lleva en el pecho, se arrodilla y con una mano coge la ballesta y con la otra una pequeña daga. Su caballo permanece detrás de él.
- ¡Sal demonio!, ¡sal!, ¡no te temo!, ¡hoy vas a probar mi acero y morirás por él!
Despacio, como si entendiera sus palabras, del agua comienza a emerger la gran bestia.
- ¡Muy bien diablo, ven, ven a por mi!
La imagen es terrorífica. La bestia mide mas de siete metros de longitud y pesa mas de mil quilos. Es gigantesca
- ¡Ven aquí, demonio del agua, ven!, -le incita.
Con todo el cuerpo fuera del agua, la bestia mira a su victima. Parece dudar, pero de inmediato acude a saciar su sed de sangre, comienza a correr y abre sus grandes fauces para morder a su presa.
- ¡Dame valor, Dios, dame valor!
La bestia cierra sus fauces y se abalanza sobre la presa. Coge al Regidor por la cintura.
Éste rápidamente corta con la daga una cuerda que sujeta el artefacto de hierro.
El artefacto en cuestión es una trampa para osos modificada, que en vez de cerrar se abre. Al cerrar sus mandíbulas la trampa se acciona y se abre como un resorte, quedando encajada en las mandíbulas de la bestia y permitiendo mantener la boca abierta. Rápidamente apunta con la ballesta al interior de las fauces del cocodrilo que permanecen abiertas, no por mucho tiempo mas, y dispara dando de pleno en el blanco.
La flecha se pierde en el interior del monstruo. Una flecha portadora de muerte, pues está envenenada.
La bestia comienza a rugir de dolor, se vuelve loca, va de un lado para otro, sorprendida y superada, dolida y herida de muerte, no va a vender barata su derrota. Se retuerce de dolor y consigue zafarse de la trampa para osos. Mira hacia el Regidor y carga contra él. Malherida aún tiene fuerzas para un último ataque. De repente grita el Regidor, el caballo valiente, va presto hacia la bestia, se pone de manos y le patea el hocico. Gana el tiempo justo para que el Regidor coja su lanza y cargue contra la bestia, Carga por el lateral del monstruo, la lanza consigue penetrar por un costado y salir por el otro. El demonio para, se queda quieto. Este lanzazo ha resultado mortal. Independientemente del veneno, la lanza le ha atravesado el corazón . Arcángel retrocede, la respiración del demonio comienza a ralentizarse, cada vez mas lenta. El Regidor se acerca entonces a la bestia y la mira a los ojos. Esta le mantiene la mirada, desafiante, cargada de oído y rencor. Esa mirada da pavor aun con la bestia respirando…
- Señor obispo, una carta del Regidor de la villa, es muy urgente.
- A ver que quiere este hombre ahora.
Al abrir la carta, sale su sello, el que le había entregado al Almirante Enríquez y que la bestia le había arrancado de sus propias manos.
El texto decía así:
“Yo sólo fui, y maté a ese demonio.
Por el bien de mi pueblo y el de Medina de Rioseco, he entregado el cuerpo de la bestia al Almirante Enríquez, salvando así nuestras diferencias para siempre, y le he pedido que le coloque en un lugar sagrado. Esa criatura tenía el mal dentro y donde más seguro y vigilado está ese mal, es en la gran Iglesia de Santa María de Mediavilla de Medina de Rioseco. Así lo ha hecho y doy fe de ello. El valor y la fe a Dios ha permitido que realizara esta difícil empresa con éxito, ruego me bendiga a mi y a los pueblos de Villabrágima y Medina de Rioseco. Pido una misa en Santa María por los muertos que la bestia dejó a su paso. Sin otro presente, se despide su fiel súbdito el Comandante D. Manuel de la Cruz Blanca.
Desde aquel día, esta historia se ha convertido en leyenda entre algunos de los vecinos los pueblos de la comarca, aunque su existencia sólo ha sido realmente conocida por los verdaderos descendientes de los protagonistas de la historia.
Y tú, ¿la conocías?

marzo 21, 2017

C.I.F.P. LA SANTA ESPINA

El pasado 7 de marzo asistí como invitado de la profesora de Empresa e Iniciativa Emprendedora (EIE). Fui uno de los participantes de las II Jornadas de EIE que tiene programada el centro cada año. 


En este caso fui como joven emprendedor en el medio rural, conté a los alumnos de segundo de Producción Agropecuaria (PA) mi experiencia como agricultor y ganadero, además de presentar mi nuevo proyecto, la saga #aullidosdesirga #eldespertaryosoyelrey

Fue toda una experiencia para mí, me sentí muy cómodo con los chicos, la charla se me hizo corta y aprovecho para dar las gracias los alumnos, es gratificante encontrarse con tanta gente con una motivación común, el campo. 

Además, agradecer al centro por invitarme, a la dirección y a la profesora de EIE.